Dadme verdad

Tienes que ver Hacia rutas salvajes, te va a encantar, dijiste muy segura de ti misma; yo escuché atentamente tu recomendación, siempre lo he hecho, con todas y cada una de las películas; pero esta vez era diferente, ese te va a encantar era tan contundente que resultaba imposible no sentir algo más que curiosidad por ella. No sé qué te llevó a afirmarlo con tanta seguridad, qué frase, qué detalle, o si fue toda la película la que te llevó a mí. El caso es que yo, cinéfilo empedernido, recogí el guante dispuesto a cumplir tu mandato. Pero pasaron los años y nunca te hice caso. Y no fue por falta de oportunidades, la película siempre me rondó: en cineforums a los que no podía asistir, en reposiciones que siempre me pillaban lejos… hasta el libro en el que se basa se me aparecía caprichoso en todos los albergues en los que dormí durante mi viaje a Nepal, ¡hace ya 7 años!Nunca di la película por perdida, nunca. Tu recomendación permanecía en pausa, en el subconsciente, recordándome a ti cada vez que alguien la citaba, en una revista, en un programa de cine, entre amigos. Hasta que este sábado la lluvia se presentó para echar una mano, para darle la vuelta a un día que iba a comenzar con una ruta por la montaña, acompañado de una chica -una ruta que podía tornarse salvaje, como el título de la película- y convertirlo en una sesión de cine a cubierto, en su casa.

Fue ella la que rehízo el plan, la que, de entre un montón de películas, eligió la misma que yo había esquivado durante tanto tiempo. Y sí, esta vez accedí a verla: porque me habló de ella con el mismo entusiasmo con el que tú lo hiciste; porque percibí su ilusión al querer que la viéramos juntos; y porque de repente algo conectaba dos momentos muy alejados en el tiempo, unía a dos personas sin ninguna relación entre sí y el nexo de unión era yo. Y estas cosas, ya lo sabes, nunca son casualidad.

Así que allí estábamos los dos, con el vendaval en el exterior siguiéndonos el juego y el poquito de frío que se colaba por la chimenea; con una calidad de imagen no demasiado buena y un perro mimoso que reclamaba nuestra atención. Pero daba igual. Porque aquella película guardaba un mensaje rotundo, absoluto; de esos que imponen toda su fuerza para ser escuchados, por muchos obstáculos que encuentre en el camino. Y cuando llegó lo hizo con una clarividencia tal que sólo pude sonreír, clavado al sofá, con la mirada perdida más allá de la pantalla: voy a parafrasear a Thoreau -decía el protagonista-: en lugar de amor, de dinero, de fe, de fama, de justicia, dadme verdad.

De pronto la sinrazón se desmoronó, cayó por su propio peso golpeándome por dentro; me di cuenta de cómo en las últimas semanas había alabado a aquellos que dicen la verdad, dando por hecho que lo normal era que la gente mintiera. Me di cuenta, en realidad, de lo cara que se vende hoy en día la honradez. Y me preocupé por todas esas corazas, tan gruesas, fabricadas a base de desconfianza, de decepción, de sentirnos utilizados; por esas barreras tras las que nos ocultamos y que, lejos de proporcionarnos más seguridad, sólo consiguen perpetuar el problema, impidiendo que la verdad se exprese con toda su fuerza.

Hacia rutas salvajes me devolvió a Thoreau, escritor, filósofo y naturalista que decidió vivir en soledad en una cabaña construida por él mismo, cultivando sus alimentos y escribiendo sus vivencias; entendiendo que no había más verdad que la de reencontrarse con su espíritu en contacto con la naturaleza más pura, liberándose de las esclavitudes impuestas por la sociedad industrial. Algo semejante a lo que buscaba el protagonista de la película al dejar atrás su vida acomodada, en un viaje iniciático hacia la elevación espiritual. Y ahora Thoreau me ha devuelto a ti, irremediablemente; porque exploras en tu interior en busca de la esencia, libre y exenta de imperfecciones morales.

Me alegro mucho de haber sido invocado cuando viste la película; de que haya ocurrido lo mismo muchos años después, con otra chica distinta, en un momento distinto. Me alegro por mí, por poder escribirte esta carta, que en realidad es una carta para las dos, porque las dos sois verdaderas en su sentido más amplio, el de contener verdad.

Y me alegro también de haber cruzado el puente temporal, de haberla visto ahora, en el momento preciso, el que debía ser… uno que requería de mucha verdad. Como dice su protagonista: las circunstancias no tienen ningún valor; es el modo de relacionarse con una situación lo que tiene valor. Y yo añado: gracias por darme esa verdad, sigamos relacionándonos con ella; al fin y al cabo nos hace más puros, siempre, al decirla y al aceptar lo que de ella se desprende.

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