La polisemia

Esto que voy a contar solo es verdad a medias. Era 16 de julio, la ciudad ardía y yo tenía en la mano el palo de subir y bajar el toldo. Llevaba días preguntándome cómo se llamaba ese instrumento. ¿Manivela? ¿Manubrio? ¿Suspensorio, quizás? No, suspensorio no podía ser porque no servía para suspender nada. Enrollador tampoco porque entonces existiría el desenrollador y no tendría sentido tener dos piezas distintas cuando ambas acciones se pueden hacer con la misma. Se abrió en ese momento otra línea de pensamiento: en puridad, el toldo no se sube ni se baja. Lo que se hace es enrollar y desenrollarlo, que tampoco, porque no es el toldo el que se enrolla sino la lona del toldo. Así que en todo caso, al instrumento en cuestión habría que llamarlo «el palo que enrolla y desenrolla la lona del toldo».

En esas estaba cuando me llegó un mensaje de voz de Magda preguntándome dónde estaban sus bragas. Literal. ¿Dónde están mis bragas?, ponía. La pregunta era muy buena sacada de contexto. A decir verdad, la pregunta era muy buena en cualquier contexto, y sobre todo si uno no se veía obligado a explicarlo. La realidad es que, en general, Magda siempre ha sido bastante descuidada con sus bragas: están sobrevaloradas, me dijo un día al percatarse de que había hecho el equipaje sin ellas, pero no te asustes, ahora me compro media docena y tiro con ellas todo el viaje. A mí me dio bastante igual porque cada una es dueña de sus bragas y ella no tenía por qué ser diferente.

Le contesté que no sabía dónde estaban sus bragas porque esa era la verdad y aproveché la respuesta para preguntarle cómo se llamaba el palo de enrollar y desenrollar la lona del toldo. Manivela, me dijo, acompañado de un: eres raro de cojones. No quise entrar en el debate «manivela versus bragas» para dilucidar quién era más raro porque tenía prisa y porque lo suyo, al parecer, es lo normal.

Así que manivela, ¿eh? Curioso que era mi primera opción y en vez de aceptarla como válida, tan cerca, tan a mano, ahí me encontraba yo, dándole vueltas a una cabeza achicharrada por el sol cuando debía estar dándoselas al toldo -o a la lona del toldo-. Terminé la operación, cerré la ventana, bajé media persiana -la desenrollé, en realidad- y la habitación quedó dignísima para un vampiro, en semipenumbra y sin mucho calor aún. Fui en busca de la bolsa del pan, que siempre guardaba en el gancho detrás de la puerta de la cocina y ahí estaban las bragas de Magda, así que fui a la cómoda y en el cajón de las bragas me encontré la mandolina. ¿En serio?, exclamé, ¿no hay ni una puñetera cosa en su sitio en esta santa casa? No voy a decir nada porque a dejarse cosas en sitios raros compito muy seriamente con ella.

Cogí la mandolina, me senté en el borde de la cama y comencé a componer una canción a la que puse por título La manivela. La composición era para piano en si bemol mayor porque la mandolina que tenía en las manos era en realidad de esas de cortar pepinos y rayar zanahorias. Pero eso es lo bonito de la polisemia, que te arrastra a submundos extrañamente subyugantes para la mente. Era bonita la canción, lo que ocurre es que coger la mandolina me dio hambre y recordé que tenía prisa y que lo que realmente andaba buscando era la bolsa de tela del pan, que lo necesitaba para comer, porque dónde se ha visto comer sin pan, y a saber dónde diablos estaba la dichosa bolsa.

Resultó que estaba en la panadería, lo normal cuando uno va a comprar con la bolsa, llega a casa con el pan pero sin la bolsa y no se pregunta dónde ha venido transportado ese pan si no es en su bolsa. Me remito a lo dicho antes sobre lo de olvidarme cosas en sitios. Como la panadera ya me conoce, me alargó la bolsa con una pistola dentro y ¡pan!, ¡pam!, la polisemia hizo su magia. Con la pistola en una mano y una bolsa de magdalenas en la otra, amenacé con disparar y me fui de allí sin pagar. La otra bolsa, la del pan, quedó sobre el mostrador.

Magda tiene nombre de cosa comestible. Es dulce y blandita y eso me gusta. Estábamos destinados a encontrarnos porque yo me llamo Nacho, así que la polisemia aquí se marcó un triple desde su campo y cuando nos miramos por primera vez nos comimos con los ojos. A mí me hicieron caliente y picante, y con queso gratinado gano un montón, aunque a veces duele y como no me cojas a tiempo me quedo frío y entonces no valgo nada, no como Magda, que da igual cuando te la comas. Ella está rica siempre. Para desayunar, con el café de sobremesa o justo antes de dormir. Menos mal que nos queremos porque si no, mal menú habríamos hecho.

Me dio por reír cuando la vi aparecer sacándose las bragas de la raja del culo. Ella me quitó las magdalenas, se las devolvió a la panadera y señaló su cuerpo diciendo: ¡pero cómete esta, insensato, que está recién salida del horno! Cogió la bolsa del pan a la que salía y me la lanzó antes de ponerse a mi altura. Volvía a mi casa porque se había dejado la mandolina. Le pregunté: ¿pero cómo es posible que te hayas olvidado de la mandolina si es lo único que necesitas para ensayar? Me respondió: pues ya ves, no eran las bragas lo que me había olvidado.

Dejé el pan, agarró la mandolina y nos montamos en mi coche porque ya llegaba tarde. Nos despedimos con un beso que a mí me supo más dulce de lo habitual, como cuando se endurece el azúcar en el copete. Y en lo que daba la vuelta para volver a casa noté que algo rascaba en el motor. Hice memoria de tiempos de autoescuela y pensé: verás, esto es la correa de distribución que une el cigüeñal con el árbol de levas para sincronizar sus movimientos. Y en el ínterin hasta casa fue creciendo LA POLISEMIA, en mayúsculas: porque si un cigüeñal transforma en circular un movimiento rectilíneo; y si la cigüeña es una manivela -una ¡manivela- que tienen los tornos para imprimir movimiento rotatorio; coño, entonces el palo que sirve para enrollar y desenrollar la lona del toldo… ¡es una cigüeña!

Abandoné el coche en mitad de la calle, corrí escaleras arriba, agarré la cigüeña para enrollar el toldo y ahí estaban: las cigüeñas. Sobrevolando mi cabeza achicharrada por el sol.

Como quiero volver a escribir y ocupar mi cabeza en pensar cosas creativas en vez de en darle vueltas, pedí a varias personas que me dijeran 10 palabras al azar para armar un relato. Esas palabras fueron: bolsa de tela del pan, correa, bragas, mandolina, suspensorio, cómoda, magdalena, ventana, ínterin y… el palo que sirve para subir y bajar el toldo. Resultó que bragas y cómoda casan bastante bien, que la bolsa del pan y las magdalenas son fácilmente relacionables y que varias de ellas son polisémicas (braga, correa, mandolina, cómoda y hasta magdalena), aunque no me he aprovechado de esa circunstancia con todas. Y resultó también que como el palo del toldo salió en un grupo con más personas, se abrió debate sobre cómo se llamaba, con alternativas manivela y manubrio entre ellas. Y ahí tenía, sin saberlo, al protagonista de la historia.

Foto de Nacho Vallejo.

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